lunes, 29 de enero de 2018

ESE MOTOR LLAMADO ILUSIÓN.





Ayer conseguí un reto personal:  ME CONVERTÍ EN   “MEDIOMARATONIANA”.   Sí, lo soy y me siento orgullosa de ello.  Pero orgullosa no por el hecho en sí, sino porque este reto lo asumí en un momento un poco complicado para mí. 

Pero sobre todo me siento feliz  porque, gracias a asumir  el reto, he aprendido muchas cosas;   y ya sabéis lo importante que es para mí  APRENDER. 

Podría hablaros de la cultura del esfuerzo, de la confianza en uno mismo o en una misma, del trabajo en equipo, de la fuerza de voluntad, de disfrutar el camino,…….  Y todo eso resulta aplicable a este y a cualquier reto. 
No.  Hoy  quiero fijarme en una sola palabra:  ILUSIÓN.   O ganas,….. o hambre,…. Llámalo como quieras. Me da igual. Lo importantes es que esa palabra marca muchas diferencias e implica muchas cosas.   

 

La ilusión no es MOTIVACIÓN,  porque tener una razón  -por muy poderosa que sea-  para hacer una cosa,  no equivale a tener ganas de hacerla.   La ilusión es contraria a la obligación,  porque tener que hacer algo suele matar ese  “hambre”  por hacerlo.

 

Sólo hay una primera vez para cada cosa:  ya nunca volveré a correr mi primer medio maratón.  Pero    “haber gastado esa primera vez”   no significa que no me haga ilusión repetir algo:  volveré a hacer esta carrera igual el año que viene o en otra ciudad.  Seré yo y sólo yo  -con mi actitud y mi ilusión o desilusión-  quien convierta una actividad en una rutina.   

 

Porque, eso le tengo muy claro,  la falta de ilusión convierte  cualquier cosa en rutinaria y monótona.

 

Un último apunte:  necesito agradecer.  La experiencia de ayer fue increíble y muy emotiva, gracias entre otras personas, a l@s corredor@s  que me dieron un pequeño empujón cuando me veían más floja.  A mi entrenadora,   Mude Rodríguez, que en casi tres meses ha conseguido que deje de ser   “cascarón de huevo”  en esto de correr.  A mis compis de entreno, l@s veteran@s y las que llevan menos tiempo que yo, que hacían que ir a entrenar tarde y con frío fuera divertido.

Y sobre todo gracias a mi familia, que me regaló el dorsal porque confió en mí más que yo misma.  A mi marido que, después de terminar su carrera, fue a buscarme para acompañarme en los últimos metros y aguantó mis lágrimas de emoción.  A mi hijo, que me acompañó durante los 21 km, sin dejar de alentar cada zancada que daba. A mi hija, que madrugó un domingo para darme ánimos, a pesar de que no iba a verme más de un minuto. ¡¡Os quiero¡¡